Incluso a
las piedras
el aire les hace daño
cuando abandonan la mano
que supo acariciarlas…
De todas
formas,
lo peor
será atravesar
el cristal
de la ventana.
Después,
unos metros
de caída
libre
para
hundirme
(¡plof!)
en las
aguas
de un
estanque que verdea.
A mí
también me gusta
hacer
rebotar las piedras.
A veces soy mano…
¡Lánzame!
Hoy
quiero ser piedra
.
.
.
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