miércoles, 23 de mayo de 2012

Desayuno


Como todas las mañanas,
desperté en mi salada
cama de arena.

Seleccioné con cuidado
los rayos de sol más dulces
para exprimirlos
y beberme el amanecer
en un zumo de naranja.
Apenas la luz
había mojado mis labios,
algo llamó mi atención.

Divertida, observé
como un hombre adormilado
(presumiblemente en pijama)
era arrastrado por su perro.
En aquella orilla a contraluz,
de no ser por la correa,
me habría sido difícil
distinguir paseador y paseado…

El grito de una gaviota
afónica de azules
rozó mis pestañas
con su beso de aire.
El deseo de volar
recorrió mi espalda desnuda
con sus dedos invisibles.

Sentí frío.
Sólo un abrazo
de alas blancas
habría derretido el invierno
que acababa de posarse en mis hombros.

A falta de plumas,
busqué calor entre las olas.
Sobre una mecedora de agua,
con hilos de sal,
he trenzado un pequeño collar.

He puesto un cebo de sueños
en el anzuelo de mi caña de espuma
 para pescar una gaviota…

En el próximo amanecer,
la sacaré a pasear
.
.
.

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